Por
Javiera Alfaro y Fernando Gaspar
Entrevista

La destacada coreógrafa, directora y docente, analiza "Sumersión: Dispositivo Intermedial Coreográfico", su última obra que explora la relación entre los intérpretes y los espectadores a través del uso de tecnología, como celulares y plataformas de videollamada. "La diferencia de este trabajo con otros anteriores es que la relevancia es el espectáculo, no la relación uno a uno como ocurría antes. Acá la tecnología es parte de tu cuerpo, un “otro brazo”", cuenta.

¿Cómo se mueven las cosas? ¿Cómo las mueve el cuerpo? Paulina Mellado se hace estas preguntas, después de treinta años de procesos, funciones, diálogos, reflexiones y de recibir el Premio a las Artes Escénicas Nacionales Presidente de la República 2022. Con Sumersión, su última obra, comienza a dibujar una respuesta: "los intérpretes no nos movemos, es la tecnología la que empieza a moverse". 

Son las 19:07 de un viernes semi caluroso. Paulina Mellado llega hasta el hall de CEINA y pide que nos acerquemos. Somos quince personas las que entraremos a esa función de Sumersión. Nos invita a movernos libremente y a participar, si así queremos, de la interacción con los intérpretes. Nos guía por las escaleras hasta una sala en el piso -2. Entre la penumbra, aparecen luces, proyecciones y un sonido envolvente cubre el espacio. Dos bailarines se desplazan frente a un muro de vidrio. En pocos segundos es evidente que no se trata de una muestra coreográfica como muchas otras, la escena se multiplica entre imágenes proyectadas provenientes de los celulares y de cámaras dispuestas o en movimiento, en tanto, las luces generan atmósferas sombrías e íntimas y el sonido provoca sobresaltos: se trata de una muestra escénico medial, de un dispositivo coreográfico intervenido por visualidades y tecnologías. 

Sumersión es el pretexto ideal para conversar con Mellado, sobre su obra, su visión del arte y la introducción de las artes mediales en la danza.

En Sumersión, se exploran nuevos lenguajes, muy distintos a lo que venías realizando a lo largo de tu carrera. ¿En qué momento se introducen elementos mediales en tu trabajo coreográfico?

Hay un momento crucial. La pandemia nos situó en un lugar muy extraño. El desafío era aprovechar eso, porque era interesante lo que estaba pasando. Comenzamos a crear a partir de herramientas tecnológicas como Zoom, que funciona como un lugar de producción y que de alguna manera te abre a nuevos lenguajes, como el cine o la fotografía. A partir de esta experiencia, me desplacé de lo coreográfico. Necesitaba dar un paso más, necesitaba cinear, por así decirlo. De igual forma, tomar de la fotografía la idea de armar un encuadre. ¿Qué encuadre quiero tener? ¿Dónde me encuadro? Eran preguntas que se abrían, quizás muy existencialistas, pero donde lo técnico me permite reforzar ciertas ideas. 

Siempre tuve una atracción fatal con el cine, quizás porque había una imagen que me devolvía y no me daba cuenta. Básicamente yo podría haber sido cineasta, porque me gusta mucho la fuerza de la imagen. La danza también tiene que ver con eso, pero es mucho más efímero el in situ, el en vivo. Sumersión introdujo el lenguaje cinematográfico a nuestra práctica coreográfica. Entonces, si la pandemia nos había impulsado a experimentar con la técnica, la llegada de nuevos integrantes a la compañía nos permitió explorar otras dimensiones.

Entre los nuevos integrantes está mi hija Matilde, cineasta, que tiene una mirada muy experimental. Cuando ella entra a la compañía, comenzamos a trabajar con el montaje de Sumersión, donde ella estaba a cargo de proyectar imágenes con el data. Pero entonces, un elemento que originalmente estaba fijo, ella decide moverlo. Parece simple, pero cuando vimos sus potencialidades en el Foro de las Artes 2023, nos dimos cuenta de que no sólo los intérpretes nos movemos, sino que en realidad es la tecnología la que empieza a moverse, porque con el data la imagen empieza a viajar, el dispositivo formal viaja. 

Otro integrante de la compañía, Carlos Muñoz, postuló Sumersión a PAM (Plataforma de Artes Mediales) y le pidieron que hiciéramos una pequeña performance, que montamos en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC).

Durante la presentación la gente se movía de distintas maneras y ahí notamos que esa presentación era totalmente diferente, porque habíamos cambiado de espacio. Cada vez que nos presentamos, la función parte de manera distinta, según el espacio. Además, el viaje del data nos permite apreciar cómo se mueven las cosas, cómo los cuerpos mueven las cosas. 

En la obra, cuando los intérpretes están bailando entre ellos y luego empiezan a abrirse al público, siempre he pedido que el medio de nuestras relaciones sea el celular, que cuando hagan partícipe al público estén ambos dentro del marco, que el espectador se sienta partícipe de la imagen. En la muestra de PAM, varios chicos sacaron sus celulares y fueron parte de la obra. Uno quiere que los intérpretes y los espectadores siempre se relacionen. La relación está mediada por el medio. Ahí se da la relación del espectador con el espectáculo y no con el intérprete necesariamente. Lo entendí ahora. La diferencia de Sumersión con trabajos anteriores es que la relevancia es el espectáculo, no en la relación uno a uno como ocurría antes. Acá la tecnología es parte de tu cuerpo, un “otro brazo”. Eso es lo que te hace entrar en el espectáculo y no sólo en una dimensión tan personal como era Decisiones Compartidas (2019). En esa obra pasaban cosas muy íntimas, en cambio en Sumersión, es un todo. 

En ese sentido, ¿cómo fue pasar de Decisiones Compartidas a Sumersión?

Decisiones compartidas es una obra donde la presencia y la interacción con el otro es muy importante. Se mezcla la relación del intérprete con el público en la medida en que también resuelves la pregunta de cómo se hace un colectivo. A mí nunca me ha gustado lo de “la masa”. En mis coreografías necesito que aparezcan las singularidades. Por eso trabajo con espejos, porque el reflejo es enfrentarse a uno mismo. Hay una responsabilidad con estar en la escena, con estar junto al otro en la escena. Es dejar de ser una comunidad que no piensa, sino más bien una comunidad que está en constante revisión de sí misma, que se piensa. Me fascina ver cómo los estudiantes reaccionan corporalmente durante los ensayos, sus respuestas a los encuentros, a las soledades, a los encuentros con las cosas, con el otro, consigo mismos. Aparecen pequeñas construcciones, que siempre van a ser muy atractivas. Yo no imagino grandes coreografías, sino más bien situaciones. 

En la coreografía, lo que importa es el lenguaje coreográfico, pero siempre lo sentí muy abstracto, que no tenía mucha afinidad con el otro. Siempre me pregunté: ¿Cómo hacemos que al otro le pasen cosas con lo que está viendo en la escena? Así partí haciendo coreografías, con esa pregunta que no ha cambiado. Lo veo ahora, treinta años después de mis primeras obras. Desde mis inicios en la danza me preguntaba por el lenguaje, por el movimiento del cuerpo, jugaba con los conceptos del movimiento propio. Así llegué a las artes visuales, trasladando a la danza la reflexión sobre lo propio, en términos de formas de producción. ¿Qué es lo propio? El movimiento. El lenguaje y el movimiento. 

Han pasado treinta años y ahora, justamente por la cuestión de la virtualidad, mi pregunta ha sido ¿cómo se mueven las cosas? ¿Cómo el cuerpo mueve las cosas? Antes estaba la particularidad de cómo se movían los cuerpos, lo que hacía la diferencia. Ese fue mi leitmotiv y cuando llegamos a la era de la virtualidad, no hay más alternativa que sumergirnos y sumarnos a ese desafío contextual, de cómo juntar generaciones, cómo avistar o dar cuenta de que hay una especie de imposibilidad. 

Pensando en la imposibilidad, ¿qué desafíos ha presentado la construcción de Sumersión?

Sumersión es una obra que nos enfrenta al desafío del espacio. Nos cuesta presentarla, porque está en un lugar indeterminado y se pierde mucho al mostrarla en un teatro convencional. Está pensada para ocupar el espacio de manera distinta, es una pieza donde las cosas se esconden y las tienes que ir descubriendo. No todos los lugares lo permiten.

En Sumersión, el espacio está siendo puesto en funcionamiento, y éste también cambia. Así como estamos hablando de la imagen en movimiento, de este trabajo cinematográfico, de igual manera el lugar es muy relevante. Esa relación entre tiempo y espacio, me parece que incorpora un hilo de reflexión en torno al ver, vernos, pensarnos, ¿cómo nos vemos? ¿Cómo vemos al otro? Pareciera que Sumersión reflexiona sobre cómo el arte recoge estas preguntas y ofrece un “alivio” a una existencia mediada por aparatos tecnológicos. 

La pandemia nos llevó a hacernos responsables de cómo nos encontrábamos. A veces las palabras ya no son importantes, el diálogo deja de tener importancia. Es interesante poner al otro en esa disyuntiva, pero no porque uno quiera cuestionar a nadie, sino más bien exponer cómo están las condiciones actuales y hacernos cargo de eso. Estoy muy de acuerdo con ese análisis. Por un lado, del tiempo-espacio, y por otro lado, de esa dimensión donde estamos mediados por una imagen. Querer estar y no estar. 

Es como esos momentos en los que escuchaba mi voz grabada, que siempre fue más impresionante para mí que ver imágenes mías. La imagen es ficción, fantasía, puedes jugar un poco con ese doble estándar. 

Las nuevas generaciones están completamente acostumbradas a verse, a escuchar su voz a través de grabaciones, de los videos autofabricados por celular. ¿Cómo será construir tu conciencia personal siendo mediada? 

Claro, estás continuamente conversando con tu propia imagen. De igual forma, cuando éramos chicas, una estaba todo el tiempo inventando historias. No es la misma lógica, pero lo veo así. La construcción de historias o la escenificación teatral de historias, ocupa el mismo lugar, que es “estar en otro lugar”.

En tus primeros trabajos, el lenguaje siempre era el cuerpo y el modo de producción estaba ahí. El cuerpo es también una extensión, una mediación. Pero ahora, el uso de la tecnología es también el uso de otro cuerpo. Otro cuerpo con otros lenguajes, otros códigos, otro tipo de resistencias. ¿Cómo ha sido ese tránsito o complemento de este “otro” cuerpo, este “otro” espacio, que también tiene sus lógicas, sus mediaciones y que te lleva, por cierto, a otros efectos, tanto en la compañía como en los públicos?

Efectivamente, la preocupación está más centrada en lo tecnológico. La relación entre los intérpretes y miembros de la compañía está mediada por el espacio y, de igual modo, hay una corporalidad. De hecho, uno de los integrantes de la compañía está desarrollando un trabajo similar, pero desde lo puramente coreográfico. Él está en esa búsqueda: ellos se están moviendo, ellos se encuentran, ellos se tocan. 

Nosotros estamos un poco distanciados de lo que genera el movimiento y el cuerpo entendido tradicionalmente, sino más bien en la mediación entre tu propio cuerpo, cómo estar en la escena y permitir que entre el otro. Al principio lo que pasaba con el uso de los celulares era que los intérpretes los utilizaban para hacerse muchas “selfies”: era yo filmándome y todos me miran. Eso lo teníamos que modificar, tenían que hacer el ejercicio de estar afuera y adentro al mismo tiempo y, con la mirada o con el cuerpo, invitar al otro. Tampoco invadir al otro, tampoco tocarlo, no queríamos transgredir su intimidad. 

Si en Sumersión está el espacio mediando, en Deshacer el Rostro (2022) no hay un espacio escénico, tiene un rol diferente, ajeno a nosotros. Era donde algo se desplegaba, pero no era una escena. Cuando trabajamos en esa obra, nos grabábamos (cada quien en su casa) con el computador fijo frente a nosotros y el celular desde otro ángulo, pero era un espacio reducido.

Presentación escénica en formato Zoom, que se pregunta sobre las condiciones de aparición a partir del dispositivo virtual.

Aún así consiguieron manejarlo. El cuerpo trabajando en lo tecnológico, en lo que deja entrar la imagen, la imagen como extensión de ti mismo. ¿Qué es lo que escogiste que entrara en esa imagen?

En ese ejercicio vimos que ahí estaba la actividad corporal. Nuestra metodología de trabajo está sustentada en cómo las cosas hacían que el cuerpo se moviera, ahora agregamos también la idea de cómo el cuerpo mueve las cosas. 

¿Se puede seguir pensando la danza o el arte en general sin lo tecnológico o el uso de una mediación? Es decir, enseñar sin considerar la llegada de los nuevos medios. 

Sí. Todavía sí, porque es un procedimiento formado por desplazamientos. Y ahora lo desplazamos a lo tecnológico y eso es necesario, pero, en principio, se trata de una práctica corporal. Si tú lo olvidas, olvidas quién está ahí también. En nuestra metodología exploramos cómo te encuentras tú en el movimiento, cómo aparece el lenguaje en el movimiento. Todos tenemos una manera particular de movernos, el punto es cómo lo hacemos consciente y luego cómo lo transformamos, cómo lo cambiamos, cómo permanece. La primera materialidad es el cuerpo que se debe mantener y sustentar, porque ahí aparece la singularidad. Eso permite que todo lo que pase posteriormente esté bajo el marco de esa singularidad. 

Con todo esto, ¿cuál es tu percepción del rol que cumple la inteligencia artificial en la producción artística?

Yo no rechazo la IA, creo que hay que saber dialogar con ella. Algunos estudiantes se niegan a usarla en sus proyectos de tesis, pero mi visión es que no se trata de copiar lo que esto te entrega, sino que el valor está en las preguntas que puedes formular. Hay una invitación a conversar con la IA, no a buscar respuestas, sino a impulsar reflexiones diversas. Se abre un universo de posibilidades que es alucinante y eso las nuevas generaciones lo entienden, saben lo que se está jugando con la IA, aunque puedan enfrentar otros problemas. Va depender mucho de estar atentos. 

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